lunes, 16 de julio de 2007

La única carta

Para Alejandra

¿Por qué escribo? Seguramente porque creo que no lo hago mal, pero sobre todo porque tengo tiempo y no sé como emplearlo. No encuentro un libro nuevo en la estantería y no hay nada peor que la televisión para recordarte que no tienes compañía. ¿Por qué escribo? Digamos que escribo porque se produce un encuentro misterioso que no necesita (ni soporta) más explicaciones ni adjetivos; digamos que escribo porque me acuerdo de que puedo; y además escribir es siempre más fácil que hablar.

Escribo porque esta mañana me desperté y el silencio supo a ti; y al abrir la ventana, me imaginé mandar un sobre cargado de incertidumbres a donde sueles despertar. Convencido, y tal vez soy un ingenuo, de que eres la única que puede responder lo que yo no quiero. Es curioso, ¿no? Tengo tanto tiempo pero prefiero no despejar mis inquietudes; o mas bien mis miedos.

Escribo para pedirte un favor que aún no estoy seguro cómo llamarlo o decirlo. Es una lástima que el lenguaje no haya inventado una palabra para lo que pretendo expresar. No sé como nombrarlo, esta cárcel que impone la lengua me agobia y entristece. Es una lástima que no domine la lengua como Borges u Onetti o Paz; con seguridad ellos podrían poner en verso lo que quiero decir. Sin embargo, con la necesidad de despojarme, lo llamaré paciencia.

Escribo porque al despertar me di cuenta que aún puedo rescatar ese adiós que hace tantos inviernos (para mí siempre fueron inviernos: tenues y grises) nos partió en la mitad. Escribo porque no estoy seguro del siguiente paso y creo, y no quiero influenciar en tu voluntad, que tú me puedes ayudar. Y es que no puedo quitarme de encima la sensación de estar escondido en un bote salvavidas, bajo siete lonas, en un barco y sin pasaje.

Te escribo porque eres un eterno motivo, porque soy humano y porque te siento más cerca y, obviamente, me siento menos solo. Escribo porque tengo mucho tiempo libre y siento que las horas están en mi puño y se escurren como arena: a una velocidad que asusta. Y entre ese puñado de arena estás tú... y no quiero que te vuelvas a escurrir entre mis dedos. Pero no sé como garantizarlo.

En definitiva, creo que te escribo porque necesito luces. Pero no te angusties, no espero una respuesta; este ejercicio es mas bien una cuestión individual, de desahogo.

Gracias por escuchar, me siento mejor.


Joaquín