lunes, 26 de noviembre de 2007

SOLO ALBOS. A propósito de la ya eminente novena estrella

A los hinchas de Liga, por la hermosa coincidencia.

En 1990, el candidato a la presidencia de Colombia, Ernesto Galán, fue asesinado por orden de Pablo Escobar. En Sudáfrica, en el año de 1990, gracias a la liberación de Nelson Mandela, se dio un hito histórico en la reivindicación racial en el continente africano. En 1990 se lanza al mercado la versión 3.1 de Windows, inaugurando la última década del anterior siglo con un producto que revolucionaría la manera de vivir de todos. En Italia, en 1990, los argentinos lloraban la derrota de su selección nacional de fútbol en la final de la Copa del Mundo. En Alemania, se da la tan ansiada unificación, y su primer festejo conjunto fue el cuarto título mundial de fútbol obtenido en el estadio Olímpico de Roma, cuando vencieron a la Argentina 1 por 0. En Ecuador, después de 15 años de espera, Liga Deportiva Universitaria obtenía su cuarto título nacional al vencer a Barcelona en la final del Campeonato de Fútbol; y en mi memoria, yo tenía cinco años, se grabó aquel inolvidable abrazo entre el “gringo” Berrueta y Polo Carrera: ese abrazo con el que se festejó el tercer gol universitario, cuando el uruguayo se lanzó de rodillas al piso y se deslizó, con los puños bien apretados y la garganta llena de gritos, hacia los brazos abiertos de Polo que lo esperaba en la orilla del campo, con los ojos mojados y el pecho hirviendo. Desde ahí, en 1990, comenzó una pasión que gambetea todas las explicaciones posibles y juega de rabona; nació una pasión que esconde la pelota, que tira tacos, que la pisa con elegancia y la toca con precisión. Nació una pasión que juega de primera, que la cachetea con sutileza, para no ofender, para dignificar el juego, nació una pasión bordadora, una pasión blanca.

lunes, 29 de octubre de 2007

GO

El rival devoraba con la mirada el tablero. La mano de éste reposaba sobre el mentón y sus ojos buscaban el lugar, el punto preciso para sobrevivir en la batalla. Observaba con tristeza la armónica figura de la piedras blancas: juntas, fuertes, estoicas, hermosas. El rival, finalmente, alzó la piedra negra entre su dedos (creyó encontar el punto preciso) y la acentó sobre la cuadrícula. Del otro lado, el maestro, que se había estado balanceando suavemente, se detuvo para mirar por última vez el tablero; respiró hondo e intordujo su mano en el tazón para extraer dos piedras blancas. Y con resignación, de esas que uno siente cuando deja a su hijo en la esuela el primer día, colocó las piedras en el filo del tablero. Después de unos segundos, se levantó en profundo silencio, agradeció el juego y se marchó aliviado con todas las miradas en su espalda.

jueves, 2 de agosto de 2007

Respuesta al primer comentario del post anterior

A anónimo y su comentario:

Mi intención, si bien era polemizar la discusión, no era atacar a nadie. Lo que escribí no fue un texto periodístico (por eso de las fuentes); es un blog personal, por ende, personal es ese post. Sin embargo, no creo faltar a la verdad (todo mundo sabe) cuando hablo del asunto musulmán. Mi intención era exponer que, bajo los convencimientos y fervor religioso, si se justifica el consumo de drogas, ¿por qué no, un seguidor musulmán, puede justificar el matar personas en nombre de su religión? Exclusivamente bajo la lógica que mueve a las religiones: fanatismo y convencimiento. Quiero aclarar: no soy musulmán, no tengo nada en contra de ellos. Y ahora, cada vez más, me parece que soy menos católico.

Por otro lado, nunca acusé a nadie de tener faltas ortográficas (¡quién soy yo para hacer eso!). Para tu tranquilidad, anónimo, el texto sobre los Rastafari al que me refería fue escrito por mi hermana. Lo único que dije fue que había pequeños problemas de argumentación; y lo dije porque es mi hermana, porque le tengo confianza y porque sé que a ella le puedo ayudar para que crezca como redactora. Si no hubiera sido mi hermana, nunca me atrevería a calificar la forma de escribir de otros. Me referí, además, a un texto publicado en El Imperdible (tal vez fuiste tú el redactor y por eso la confusión) ; pero simplemente eso, me referí a él y nunca dije nada sobre ese artículo. Es más, si fue publicado es porque estuvo bien hecho. Eso no quiere decir que comulgue con todas esas ideas expuestas. Lo que quería dejar claro es que justificar la droga (tanto en el texto de mi hermana como en el de El Imperdible) con el pretexto Rastafari, es un error. Y de ahí la discusión, opiniones contrarias y no mucho más.

Leí el discurso de Márquez: y mi intención no es juzgar a nadie, el post que comentaste no pretendía atacar a nadie... sólo polemizar un tema que me parece interesante. Di mi opinión, nada más.

Espero quede todo claro, gracias por leer el blog.

Rastafari: justificándose en el mito

Acabo de leer una revista juvenil, de uno de esos colegios "alternativos". Y en la página 16, a blanco y negro, con una buena ortografía y sintaxis, pero con problemas de argumentación(totalmente entendible para una revista hecha por chicos de colegio aún), se desarrolla un artículo sobre la cultura Rastafari. No es necesaria una inferencia aguda para saber que el artículo le extiende la mano a este movimiento extranjero con el afán de que éste, a 77 años de su origen y a más de 5000km de distancia de su cuna natal, sea comprendido e incorporado aquí.
Un artículo similar, en cuanto a sus intenciones, fue publicado en El Imperdible cuando era yo el editor de turno. Una coincidencia en particular, en ambos artículos, llamó mi atención: piden comprensión, espacio y no ser juzgados. Lo curioso, además, es que el comsumo de drogas es justificado. ¡Una cosa de locos! Con la bendición de considerarse una religión, la cultura Rastafari puede drogarse, puede "elevar su estado espiritual a otro nivel". Intentemos reflexionar un poco: ¿se puede aceptar, entonces, que los musulmanes extremos maten a los católicos? Hasta donde tengo entendido, ellos también son una religión. Está claro que detrás de estas religiones, existe una explicación filosófica y hasta gregaria (una explicación que tiene fines de adoctrinación y covencimiento, como toda religión) de porqué drogarse o porqué matar. Con la misma subjetividad con la que se justifica el consumo de marihuana, se abala la guerra de religiones. Las diferecias en lo que promulga cada grupo es evidente, pero el concepto es el mismo: la constitución de un convencimiento abala cualquier acción.

Al repasar una vez más el artículo sobre los Rastafari, me pregunto si esta tendencia cultural tiene cimientos históricos o revolucionarios. Seguramente sí tiene un sostén histórico (de apenas 77 años), pero no revolucionario socialmente (no en las dimensiones que uno supondría para considerar a algo una religión). En este sentido, me da la sensación que las bases de esa organización religiosas se limitó a la coyuntura social específica. Es decir, lo Rastafari no se originó bajo convencimientos espirituales, sino por la necesidad de crear un espacio para los que no se adaptaron a lo establecido. Es por eso, y esto es sólo un intento especulativo, que en la actualidad hay una especia de híbrido religioso: pocos creen según la tradición y son cada vez más las culturlas-religiones que se crean. ¿O acaso el punk, el rock o los neo nazis no son una representación de otras religiones?

De todas maneras, lo más curioso es que se auspician estas tendencias (que claramente tienen una epílogo extranjero) por parte de grupos que fortalecen su identidad viéndose así mismos como nacionalistas. O al menos esa sensación dejan cuando satanizan el libre mercado o cuando se apedrea MacDonals. ¿Qué diferencia hay entre estar convencido de comer MacDonals o fumar marihuana? ¿No merecen la misma toleracnia? Son tendencias distintas (muy distintas) pero ambas se justifican con claros convencimientos, todos subjetivos, pero convencimientos al fin. Lo positivo es que se puede elegir: drogarse o comer una hamburguesa.

lunes, 16 de julio de 2007

La única carta

Para Alejandra

¿Por qué escribo? Seguramente porque creo que no lo hago mal, pero sobre todo porque tengo tiempo y no sé como emplearlo. No encuentro un libro nuevo en la estantería y no hay nada peor que la televisión para recordarte que no tienes compañía. ¿Por qué escribo? Digamos que escribo porque se produce un encuentro misterioso que no necesita (ni soporta) más explicaciones ni adjetivos; digamos que escribo porque me acuerdo de que puedo; y además escribir es siempre más fácil que hablar.

Escribo porque esta mañana me desperté y el silencio supo a ti; y al abrir la ventana, me imaginé mandar un sobre cargado de incertidumbres a donde sueles despertar. Convencido, y tal vez soy un ingenuo, de que eres la única que puede responder lo que yo no quiero. Es curioso, ¿no? Tengo tanto tiempo pero prefiero no despejar mis inquietudes; o mas bien mis miedos.

Escribo para pedirte un favor que aún no estoy seguro cómo llamarlo o decirlo. Es una lástima que el lenguaje no haya inventado una palabra para lo que pretendo expresar. No sé como nombrarlo, esta cárcel que impone la lengua me agobia y entristece. Es una lástima que no domine la lengua como Borges u Onetti o Paz; con seguridad ellos podrían poner en verso lo que quiero decir. Sin embargo, con la necesidad de despojarme, lo llamaré paciencia.

Escribo porque al despertar me di cuenta que aún puedo rescatar ese adiós que hace tantos inviernos (para mí siempre fueron inviernos: tenues y grises) nos partió en la mitad. Escribo porque no estoy seguro del siguiente paso y creo, y no quiero influenciar en tu voluntad, que tú me puedes ayudar. Y es que no puedo quitarme de encima la sensación de estar escondido en un bote salvavidas, bajo siete lonas, en un barco y sin pasaje.

Te escribo porque eres un eterno motivo, porque soy humano y porque te siento más cerca y, obviamente, me siento menos solo. Escribo porque tengo mucho tiempo libre y siento que las horas están en mi puño y se escurren como arena: a una velocidad que asusta. Y entre ese puñado de arena estás tú... y no quiero que te vuelvas a escurrir entre mis dedos. Pero no sé como garantizarlo.

En definitiva, creo que te escribo porque necesito luces. Pero no te angusties, no espero una respuesta; este ejercicio es mas bien una cuestión individual, de desahogo.

Gracias por escuchar, me siento mejor.


Joaquín

lunes, 28 de mayo de 2007

Crónica de una historia que busca un final (la 26 más o menos)

Ha pasado algún tiempo. Pido disculpas por no haber publicado más crónicas de esta historia entre Joaquín y Alejandra (una historia tan mítica como real). El último post del relato fue la crónica número 3. Ahora, como ven en el título, leerán la 26. Es una necesidad del narrador adelantar esta historia hasta ese punto. ¡Sí! Son muchas cosas que faltan por contar, muchas curiosidades pasaron entre la crónica 3 y 26. Todo se relatará a su momento. Sin embargo, reitero, adelantar el relato es una necesidad momentánea del narrador.


Fue así como ocurrió. Joaquín había bebido dos vasos de agua mientras leía un libro de Saramago. Terminó el capítulo X y se levantó del sillón; después de sorber un poco de su café, miró el reloj de mesa: había pasado una hora desde que colgó el teléfono. Alejandra le había ofrecido llamar de vuelta para detallarle algunas cuestiones sobre un posible trabajo.

Hacía dos años que entre Joaquín y Alejandra no había ningún tipo de relación sentimental. Si bien se veían ocasionalmente, más por una voluntad caprichosa del joven, nunca volvieron a estar de novios. Joaquín aprendió a sobrellevar la soledad; aprendió a pensar antes que sentir. No le iba mal: leía mucho, rodeaba su casa de amigos bajo el pretexto del alcohol y la subsistencia y olvidaba.

A Alejandra tampoco le iba mal. Varios hombres pasaron por su vida en ese tiempo; todos, de alguna manera, la marcaron, legaron un cambio. Su recurrencia a la compañía le hizo confundir al amor con acompañamiento. Después de Joaquín, no tuvo una relación tan comprometida; a excepción de Julián. En ese momento, con otras prioridades en mente y con la aceleración que produce el olvido, Alejandra comprendió que se podían vivir más y mejores cosas, más sensibles y húmedas. Julián le demostró que los compromisos acostumbran y que las costumbres enamoran (Joaquín se enteró de algunos detalles de la relación de Alejandra con Julián; con fines dramáticos, explicar sus sensaciones hubiera sido coherente. Sin embargo, aquellas sensaciones, tan fuertes y ricas, desde el punto de vista dramático, merecen una explicación en otra crónica, seguramente la número 15 o 16).

Ambos vivieron su vida a su manera, con su deseos y miedos, con sus amores y desencuentros. Durante esos dos años, el vértigo en el estómago de Joaquín era casi constante: la sensación de perderla definitivamente le vaciaba la barriga. Alejandra, en cambio, muchas veces decidió no sentir vértigo. Decidió bregar por esas palabras que algunas veces escuchó en sus sueños. "Se acabó, ya no puede ser". Ella decidía acabar con todo, pero volvía.

Después de beber el segundo vaso de agua, Joaquín alzó el teléfono y la llamó:

-Hola
-Hola -contestó del otro lado con una voz eterna.
-¿Hablaste con tu primo? -preguntó Joaquín, camuflando su simple intención de escucharla con la de una preopucación laboral.
-Sí, perdón por no llamar antes. -Alejandra le explicó los pasos a seguir para dejar la carpeta; el resto era esperar.

Cuando la lógica pedía despedir la charla y continuar con el método de vida que los había mantenido alejados pero tranquilos, ninguno de los dos quiso despegar el auricular de su oído.

-¿Por qué no podemos estar juntos? -Alejandra preguntó con decisión, llenando de aire sus pulmones y de valentía su corazón.- ¿Crees que podemos volver a intentarlo?

Joaquín había escuchado la pregunta que esperaba por años. Una vez más, Alejandra dejaba de engañarse y se exponía a la respuesta. El pecho del hombre se estrechó y los músculos de su garganta se tensionaron; tragó saliva varias veces: había impedido el paso del sí, ese que en su mente siempre soñó.

-No, no creo que funcione.
-Sí, tienes razón -dijo Alejandra, portegiéndose de la vulnerabilidad.
-Creo, a pesar de los lasos infinitos e inexplicables, que llegó la hora de decirnos gracias y despedirnos; agradezco la confianza y la intimidad de estos años. Tranquila, los beneficios serán tuyos. Supongo que nunca nos conocimos de verdad -las palabras sonaban falsas y se expulsaban pesadas-. Como no tengo ganas de pensar nuevamente en lo tuyo y tus acciones, acepto mi culpa y la responsabilidad de este fiasco. Pero también asumo, para ser justo conmigo, los momentos de felicidad que tuvimos. Yo hice posible los buenos ratos y yo los deshice cuando creí. No, no, no quiero recordar lo que tu hiciste. Prefiero irme convencido de que yo me alejo por mis propios miedos. En todo caso perdón. -en ese momento recordó una frase de Onetti- Nunca te miré de frente la cara, yo jamás te mostré la mía.

Cuando colgaron el teléfono Joaquín bebió un vaso más de agua. Alejandra repetía en su cabeza las últimas palabras del hombre. Los ecos se reiteraban al ritmo de los latidos, de la respiración. "¿Es definitivo?" pensó mientras se acomodaba en la cama. "No, no, como siempre, algún día nos encontraremos..." Su última inferencia la tranquilizó; sabía que tenía que tranquilizarse de alguna manera. Por ahora, seguiría con su actual novio con un sabor amargo, con un peso que estorbaría sus días.

Por su parte, Joaquín terminaba el vaso de agua para evitar que sus ojos se humedezcan. Estaba acostumbrado a esto. Sin embargo, en algún extraño momento, sus convicciones y métodos de vida volvieron a tambalear. Se había acostumbrado a no sufrir, a no dramatizar; pero hoy sus rodillas estaban débiles. "¡Mierda!", pensó, dándose cuenta que la despedida era diferente a las anteriores. Otra vez sintió un vértigo parecido a cuando Alejandra le contó sobre Julián.

En la noche, Joaquín habló:

-Creo que no podré estar con ella
-¿Eso te da miedo? -le respondió alguien en su habitación
-Como nunca
-¿Por qué dices que es definitivo?
-No sé. Creo que ella así lo quiere.
-Tú le dijiste que no funcionaría
-Sí. Supongo que no quiero arriesgarme -contestó Joaquín, con ganas de volver a llamarla y decirle que sí, que fue un loco al decirle que no se imagina con ella en el futuro.
-¿La amas?
-Siempre sueño que la amo
-¿Y ella?
-Es lo que me preocupa. Nunca sueño cómo siente ella.
-Llámala. Dile que no quieres acabar con las posibilidades -le dijeron a Joaquín con una voz tranquila que venía de la ventana.
-Tal vez. De todas formas está en ella volver a darnos una posibilidad. Es ella la que siempre está comprometida, ¿no?
-Tu le dijiste que tampoco funcionaría. ¿No está en ti darse esa posibilidad?
-No, no quiero que esté en mí. No quiero volver a provocar miedo.

Las siguientes crónicas iban a titularse Las que nunca llegarán. Sin embargo, por el inesperado desenlace de este relato. El final de esta historia aún está en búsqueda. Las siguientes crónicas dependerán de la respuesta de Alejandra.

lunes, 23 de abril de 2007

El rol del periodista a propósito de "Tinta roja"

Este fue un trabajo hecho para la Universidad. Sin embargo, lo publico porque me identifico con él. De alguna manera, aquí intento responderme a las preguntas que tienen que ver con la profesión que estudio. De alguna manera, intento tranquilizar mi futuro (jeje).

Tinta Roja es un documento testificante de la batalla entre lo pragmático y lo académico. Dispone sobre la mesa los elementos suficientes para discernir entre las exigencias del trabajo y la moral y ética de las aulas de clases. Por momentos, cuesta ser periodista. Esa parece ser la consigna de una película que, en su conclusión, casi como un contrasentido, deja más dudas que certezas. Dudas, claro está, que deberán ser asumidas y reflexionadas por el espectador. Dudas, por otra parte, que guiarán esta pequeña reflexión.

Es difícil asumir que el papel de los protagonistas del film sea el estereotipo de los periodistas: primero, el que lleva años en la profesión y conoce más por la experiencia que por los libros; segundo, un muchacho lleno de vértigo y expectativas, propio de un estudiante, que piensa que la teoría debe guiar la práctica de su profesión. ¿Hasta que punto, entonces, sirve el sacrificio académico? ¿Es realmente el periodismo como la prostitución? ¿Se lo aprende en las calles? ¿Se busca informar o entretener o vender? ¿Es el periodismo la búsqueda de la verdad? ¿Estamos concientes, los que pretendemos trabajar en la profesión, del poder de los medios de comunicación? Se suma, de manera casi inmediata, a esta fila de interrogantes, una más: quizá la más complicada de responder, pero al mismo tiempo la más necesaria de esclarecer. ¿Qué es la ética periodística? De lejos, da la sensación que esta pregunta se matiza entre un conflicto moral, propio del debate del bien y el mal aristotélico, y la necesidad de cumplir un trabajo que muchas veces significa una forma de supervivencia.

Los medios de comunicación se han convertido, y esto ya es una obviedad, en una institución de poder no reconocida. Los medios saben que la exposición de los hechos a través de su canales son la única garantía de que los acontecimientos, a los ojos de toda la comunidad, existan. Tal barbarie, hace de los medios una especie de gran juez. Y, como un juez, el medio trata de mantener la objetividad frente a los sucesos. Sin embargo, cómo hacer para que un medio, hecho de personas, pierda la subjetividad. Los lineamientos periodísticos de un medio varían, justamente, porque están conformados por personas con ideales y principios distintos: algunos con intenciones más comerciales que otros, pero todos, sin exclusión, con la convicción de que esto es un negocio. De no ser así, todos los medios masivos de comunicación tendrían la misma tendencia y objetivos.

No es necesario investigar mucho para determinar que quien maneja las ideas de una sociedad controla el destino de la misma. La influencia ideológica de la masa ciudadana es un arma medible únicamente al calor de los hechos: se percibe poco su poder hasta que sus objetivos son logrados (pregúntese esto a presidentes derrocados). ¿Cómo, entonces, toda una masa ciudadana se moviliza bajo los mismos principios e ideales? Necesitan un canalizador que sintonice y agrupe las ideas: el trabajo idóneo de un medio de comunicación. Este planteamiento, alguna vez sugerido por Mateo Requesens[1], propone entonces que los medios de comunicación son quienes, en resumen, dirigen los destinos de una masa ciudadana. A priori, esta idea podría sonar exagerada. Sin embargo, de seguir con el lineamiento de Requesens, podemos preguntarnos en qué medida, periódicos como “El Clamor”, son un reflejo de las sociedades latinoamericanas. ¿La manera de hacer periodismo en nuestros países es análoga a nuestra cultura? Si aceptamos esto, entonces se admite que le medio de comunicación es un hacedor de culturas.

El papel de los medios es, pues, el de guiar, informar, y sí, también vender. Objetivos que entran en categorías distintas pero que a la vez son indispensables para que un periódico, un canal de televisión, una radio o una página de internet sobrevivan en estos tiempos modernos. Los medios de comunicación deben exponer los hechos, a riesgo de que la comunidad asuma que lo no expuesto no existe. En resumen, y de manera pragmática, ese es el papel de los medios de comunicación.

La controversia surge en el cómo desempeñar ese papel. Porque al hacerlo de maneras no convenientes, el medio puede asumir otro rol que no es propio de él: el ser un juzgador de los hechos. El cómo, entonces, es una manera de determinar la ética del periodismo. No obstante, tal menester implica, a grandes rasgos, que todos quienes estén involucrados en la profesión coincidan en una única manera de comportamiento del periodista y del medio en sí. Está claro que esto no sucede ni sucederá. ¿Cuál es la ética, entonces? ¿Es una sola o se admiten varios cómos, varias maneras de hacer periodismo?

Por el momento, y con la necesidad de encontrar una respuesta para la tranquilidad de quien escribe esta reflexión, podemos decir que la ética periodística es estar, precisamente, conciente de lo difícil que es definirla. Estar conciente, además, de todo lo expuesto antes: del poder de los medios de comunicación, de su papel masificador, de cómo es visto por la comunidad, de su importancia como decidor de los hechos importantes y poco importantes. La ética consiste en dar cuenta de esto cuando se ejerce la profesión.

Seguramente el debate será aún eterno. No obstante, ser periodista significa ver el problema desde adentro. Significa tener en sus manos un poder inimaginable para que las masas ciudadanas convivan de mejor manera en una sociedad que ve, inconcientemente, en los medios, un instrumento modelador de sus ideales.
El rol y ética del periodismo está, seguimos buscando la respuesta, en saber usar ese poder. Está en asumir esa responsabilidad. Está, de alguna manera, en saber gobernar ese poder que todos los medios lo tienen, pero que muchas veces pretenden ignorarlo.

[1] Catedrático y periodista español. Director de “Mundo Digital” periódico web.