jueves, 22 de febrero de 2007

Cuenta cuentos. PURIFICACIÓN

La imagen lo perturbó de inmediato.

- Ya pasó, ya no duele - la voz interrumpió el ensimismamiento del sujeto que había clavado sus ojos sobre el rincón donde se recogía Juan Carlos.
- Pero qué ha pasado - no alcanzó a pronunciar ni una palabra de lo que se preguntaba cuando encontró la respuesta a unos pasos de él. El frasco donde Juan Carlos conservaba su colección de insectos africanos se hallaba en el suelo, quebrado el cristal. Un sutil pánico se apoderó del sujeto que enseguida dio un paso hacia atrás, queriendo alcanzar la salida pero sin lograrlo porque le detenía la condición de su amigo… su rostro. Le detenía, convengamos, la compasión. Tan inoportuna siempre.

- No te preocupes, apenas se rompió el frasco fumigué el departamento – desde el suelo Juan Carlos tranquilizó a su única ayuda en ese momento, adivinando la preocupación del sujeto al constatar el quebramiento del recipiente que encerraba a los animales.
- Cómo estoy, cómo me veo; ya salió todo el veneno, creo. Aún veo con un ojo - continuó Juan Carlos, asustado, recogido en la esquina, con miedo, ya rechazado.
La picazón del bicho contenía el veneno inasible y fatal. La inflamación del lado izquierdo del rostro infló las venas que sostenían al ojo, éste, inevitablemente, saltó de su empotramiento, acumulándose la sangre en la base del pómulo; la leve elevación de color habano se iba extendiendo hasta llegar a la nariz provocando un dolor insoportable. La desubicación del lente humano originó el drenaje de un líquido verdoso, extrañamente espeso, que fluía de la base de la estropeada córnea; el líquido fluía imparable, tóxico, por lo cual la enorme sombra verde se adhería a la piel, la corroía, se penetraba hasta desintegrar el hueso que sostenía la deforme cara de Juan Carlos.

- No te preocupes – dijo el amigo – los paramédicos están por llegar. Se había acercado a Juan Carlos con recelo, lo necesario para darle confianza. Se inclinó hacía el desgraciado hombre con la morbosa curiosidad de identificar los detalles de las heridas, de las llagas secas. Lo conmovió una vez más la imagen; sabía que su amigo lloraba pero no había lágrimas, sabía que había dolor pero Juan Carlos sonreía. Sonreía como si no le importara la ceguera de su ojo derecho, su cara deforme, sus huesos casi al aire. Su semblante, a pesar de lo anormal del rostro, parecía recobrar un aire jovial, tranquilo. El sujeto supuso que a Juan Carlos le tranquilizaba su presencia. Supuso. El sujeto seguía en frente de Juan Carlos, se llevó la mano atrás de la cabeza, como si quisiera asentarse la base del cabello, y se acomodó la etiqueta de su camisa. Cuando trajo su mano de nuevo al frente un río de hormigas caminaba por debajo de la manga.

4 comentarios:

austro-boy dijo...

muy chévere!! bien Quiroga, jeje... me encanta lo de la mueca de felicidad aunque se esté muriendo de dolor. PEGA!!!!!

Chopán dijo...

a mi me gustó mucho la última imagen.. bien Rupert cada vez me sorprendes más...

Nacho dijo...

Qué a lo bien loco. Por no tener clases con vos no me daba cuenta que lo tenías dentro de tí :)

¡Sigue escribiendo!

Cinéfilo X dijo...

Cheverazo el cuento Rupert...buen final!!...