miércoles, 21 de febrero de 2007

Cuenta cuentos. REPORTE 2

Hace aproximadamente dos días, hemos encontrado un documento que, después de la revisión del personal de nuestro departamento investigativo, hemos concluido se trata de una especie de crónica que explica el origen de esta nueva era. Está claro que no se puede tomar como una verdad científica este tipo de documentos que mas bien obedecen a la ficción. Sin embargo, creemos prudente poner a su conocimiento este hallazgo. Como lo hemos anticipado, la investigación entorno al espejo exige primero una investigación entorno a los principio de nuestra raza y su relación con el sistema planetario en el que vivimos. Por esa razón este documento que les presentamos nos parece oportuno e interesante.


La nave se crispaba intensamente. El movimiento indescifrable del vehículo inestabilizaba los circuitos moleculares que mantenían el funcionamiento normal y fluido en la cabina; la compresión entre los cuerpos se debilitaba, provocando que la cabina se transforme en un ir y venir frenético de objetos que peligraban la integridad de los hombres a bordo. El ambiente incomodaba a los tripulantes que, abrumados, no atinaban una maniobra que les permita retomar el curso que había enrumbado a la nave hacia lo que, en apariencia, constituía una fuerza de atracción central de un sistema que no constaba en los planos de navegación del computador.

El temblor interno se intensificaba. El vehículo, de a poco, se convertía en un objeto errante, cuyo destino final de vuelo estaba a merced de aquella fuerza centrífuga que la atraía a sus entrañas. Todos abordo se aseguraron a sus asientos con las correas que colgaban a los lados, formando una cruz negra en sus pechos. La nave caía precipitadamente.

Aquel acelerado descenso provocaba un vacío en el estómago de los tres tripulantes. Max, el teniente a bordo, permanecía impávido, él y su asiento parecían uno; su vista, asustada, se perdía en el firmamento de aquel planeta al que, llenos de vértigo y con poco control de la aeronave, se acercaban rápidamente. De no ser por la contracción de los dedos de sus manos, aferrados a sus rodillas, la imagen de Max era perturbante: no se movía, no se distinguía la inhalación del aire, ni un pestañeo, no era capaz de articular una palabra. Aquel silencio alarmante, impropio en un humano, de cierto modo, equilibraba el ambiente en la cabina frente a los desenfrenados gritos y órdenes no correspondidas que emitía Ssob, el capitán en jefe. Como responsable de la expedición (que ya aparentaba un fracaso) Ssob intentaba, por todos los medios, recobrar el control del vehículo; a pesar de estar atado a su asiento el capitán no se cansaba de manipular los controles principales, desesperado, gesticulaba torpemente, gritaba incoherencias que pretendía sean captadas por Dooku, el científico e investigador de la tripulación, pero éste tampoco reaccionaba. El griterío de Ssob sólo encontraba los ecos de las ya ardientes latas de la nave. Un cegante estallido justo en frente de la nariz del vehículo, arrancó espeluznantes alaridos por parte de los tres hombres. Max y Dooku intentaban mermar el vacío de sus estómagos juntando las rodillas al pecho, pretendiendo arroparse con su cuerpo. Ssob sólo cerró sus ojos, sintiendo el sudor apoderarse de su rostro y al miedo carcomer sus intestinos y desahogar sus esfínteres.

La nave iba rompiendo la atmósfera de aquel sistema, de aquel planeta que los recibía amenazante. El calor al interior de la cabina era infernal; sin embargo, esa penetración en una presión atmosférica similar a la de su sistema, acumuló fricciones que originaron chispas cerca de los propulsores posteriores, llenando su interior con suficiente energía para que éstos vuelvan a prender. La tripulación recobraba, parcialmente, los circuitos moleculares y el control del vehículo, no obstante, el choque era eminente...

El impacto sorprendió a todos. La aeronave pareció haberse hundido, por un momento, sobre una superficie que amortiguó la caída; suficiente para detener la peligrosísima velocidad con la que descendía el proyectil. Después de varios segundos (que en la mente de los hombres parecieron minutos) en los que la nave se mantuvo en esta especie de cama elástica que de a poco cedía al peso de los hierros hirviendo, finalmente la nave cayó a tierra y un inmenso velo de arena cubrió los cristales del vehículo. Al interior de la cabina todo se vino encima; y sólo después de un minuto, cuando las cosas terminaron de caer y todo parecía estable ya, los tripulantes tomaron conciencia del daño: las miradas recorrían el lugar de arriba a abajo, de derecha a izquierda, como queriendo encontrar un orden que ya no había. Sólo en esos momentos los olores a orines y metal y cable y plástico fundidos se hicieron evidentes. Inhalaron profundamente, se sacudieron las cabezas, se desabrocharon los cinturones, se reconocieron entre sí y abrieron lo que quedaba de puerta.
Los primeros en bajarse fueron Dooku y Ssob. Max, lentamente, recobraba la tranquilidad y el color de la piel. En efecto, los tres náufragos comprobaron que la aeronave había impactado con una especie de enorme carpa antes de colapsar con la superficie. El inmenso agujero en lo alto de la carpa, provocado por el choque del proyectil, permitía atisbar una cielo anaranjado, hermoso; un cielo inasible que oscurecía y opacaba esos últimos rayos de sol que luchaban aún por brillar antes de desaparecer en el horizonte.

El aspecto dentro de la carpa no era igual, el panorama entristecía a cualquiera; y no hacía falta salir de la misma para saber que el planeta estaba vacío. Las huellas de destrucción se evidenciaban a través de los ventanales de aquel invernadero. Afuera, el paisaje era desolador, polvoriento, con unas enormes huellas negras en la tierra, de las cuales, en la espantosa tranquilidad e infinitud de aquel desierto, salía todavía humo, provocado por algún tipo de impacto nuclear. Lo que la carpa guardaba parecía haberse conservado mejor. Aparentemente se encontraban en lo que algún día fue un centro de documentación y recopilación de información. Los anaqueles aún guardaban una cierta distancia simétrica entre sí; algunos estaban destruidos totalmente, doblados sus hierros y con los libros y papeles regados por el piso, como una gran alfombra blanca. El más entusiasta a la hora de explorar las hojas fue Dooku, detrás lo siguieron Max y el capitán en jefe. Los tres empezaron a revisar las amarillas páginas que encontraban. Sin embargo, una información en particular les llamó la atención.

Ssob había encontrado algo dentro de un paquete de hojas que habían sido resguardadas por una caja metálica negra. El documento podía leerse sorprendentemente con claridad. Los tres revisaron el contenido: “Antropos, Antropología”, eran las palabras que confundían a los tripulantes; sin embrago, emocionado, con los ojos iluminados y enormes, Dooku recordó que aquellas palabras respondían a una lengua antiquísima de una cultura llamada griega. “Antrophos= hombre; logía= tratado” enunció entusiasta Dooku. Las miradas silenciosas se cruzaron; consternados, los hombres esbozaron una sonrisa nueva, se tomaron la cabeza, gritaron al firmamento, se desahogaron de lo que parecía ser una incertidumbre de siglos. En sus manos reposaba la prueba fehaciente de lo que hasta ahora había sido un mito, una leyenda que trataba de explicar el origen de su sistema, de su mundo. El amarillo papel confirmaba la existencia de lo que algún día fue la raza humana.


Departamento Investigativo 64 (Cuarta Órbita)
Recopilación: Michael de Nostradamus, 35- julio lunar - 3026

2 comentarios:

austro-boy dijo...

me gustó un montón!! sin embargo, creo que pegaría más si lo hicieras como un diario de viaje: con distintas entradas correspondientes a los distintos días y, sobre todo, en presente, para dar una impresión más real...

perdona que sea tan entrometido
ALEJO

Rupert (since 1985) dijo...

jaja. Tranqui Alejo, tus sugerencias son siempre bienvenidas, sobre todo de un tipo que sabe basrarnte sobre esto.